Por: Luis Córdova
El papel lo aguanta todo. Mentir en una declaración jurada de patrimonio, cuando suele hacerse, equivale a poco más que una burla en un país donde la “auditoria visual” no pasa de ser considerada “un chisme”.
Escuchar hablar de la inversión en campaña, a electos y derrotados, provoca estupor, prurito, vergüenza ajena. Desde cinco hasta cuarenta millones de pesos que nadie audita, otorgan legitimidad a quienes sabotean el sentido de la democracia participativa.
Es mucho dinero. Compra de votos y conciencias, poniendo precio a la ignorancia de un pueblo que celebra sus miserias.
Aunque la Operación Falcon dio algunas luces, los partidos dicen ignorar de dónde sale tanto dinero.
Por eso, para algunos ciudadanos, o los sorprende o lo indigna leer que de los 190 legisladores que integran la Cámara de Diputados, 30 de ellos, equivalente al 15.7%, registraron bienes que no alcanzan los 10 millones de pesos: nueve de ellos están entre los dos y cinco millones de pesos.
¿Explica eso la apertura a recibir fondos de donde vengan para poder competir?
¿Diputados pobres? Es una esperanza para la democracia que gente humilde superara los vicios del sistema y se impone a fuerza liderazgo sano, compromiso social y talento sobre los sucios mecanismos del clientelismo.
¿Pobres diputados? Aquellos que creen que, a esta tardía hora de la conciencia, alguien pueda confiarles otra cosa que no sea lo ignorado.