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"Mis recuerdos de Che Guevara"

Saludos! Al cumplirse 50 años del asesinato de Ernesto Che Guevara, comparto este cautivador texto con sus recuerdos del "Guerrillero Heroico" a quien conoció siendo joven en Costa Rica. por Juan Bosch

Publicado: 26/11/2019

"Mis recuerdos de Che Guevara"

<p>Che Guevara visit&oacute; algunas veces mi casa de Costa Rica. Esto suced&iacute;a en los primeros meses de 1954, cuando nadie sospechaba que el joven m&eacute;dico trotamundos iba a tener celebridad internacional. Mi hijo Le&oacute;n, que empezaba entonces a pintar retratos y que viv&iacute;a conmigo en el peque&ntilde;o y dulce pa&iacute;s centroamericano, hab&iacute;a hecho amistad con algunos exiliados argentinos antiperonistas y a trav&eacute;s de esa amistad llegaban a verme, a tomar taza de caf&eacute; y a cambiar opiniones sobre los problemas de una Am&eacute;rica que en esos a&ntilde;os era un muestrario de dictadores. Fue uno de esos exiliados &ndash;el doctor Rojo, sino recuerdo mal&ndash; quien lleg&oacute; un d&iacute;a acompa&ntilde;ado de un joven silencioso, serio, que de vez en cuando sacaba del bolsillo de la camisa un inhalador y se lo aplicaba en la nariz mientras apretaba la diminuta vejiga del instrumento. Ese joven era el doctor Ernesto Guevara. Ya para entonces sus amigos le llamaban Che, apelativo nacional de los argentinos.&nbsp;</p>

<p>Ernesto Che Guevara era asm&aacute;tico &ndash;y de ah&iacute; el uso del inhalador&ndash;, pero su cuerpo estaba constituido como si no lo fuera. No ten&iacute;a el pecho hundido ni era bajito ni delgado. No llegaba a ser alto; no era grueso; no era musculoso. Sin embargo, produc&iacute;a sensaciones de firmeza f&iacute;sica. Ten&iacute;a unos rasgos que lo hac&iacute;an inconfundible: la frente, los arcos superficiales, las cejas, los ojos, la nariz y la boca. Esos rasgos hac&iacute;an evocar inmediatamente a Beethoven, y recuerdo haberle dicho a mi hijo Le&oacute;n estas palabras: &ldquo;Ese muchacho tiene rostro beethoviano&rdquo;. Su mirada era a la vez fija e intensa, pero con m&aacute;s fijeza que intensidad, y muy clara, casi iluminada. O&iacute;a cuidadosamente y solo de tarde en tarde hac&iacute;a alguna pregunta, pero siempre era una pregunta que iba directamente al fondo del problema que estaba siendo tratado.&nbsp;</p>

<p>Seg&uacute;n me dijo &eacute;l mismo, Guevara hab&iacute;a llevado a Costa Rica desde Panam&aacute;; era m&eacute;dico especializado en alergias y recorr&iacute;a Am&eacute;rica con la ilusi&oacute;n de conocerla toda. De Costa Rica pensaba ir a Guatemala y me pidi&oacute; algunos datos sobre el pa&iacute;s. En la Argentina se hab&iacute;a opuesto a Per&oacute;n y no quer&iacute;a volver a su tierra mientras gobernara el general.&nbsp; En el a&ntilde;o 1958, cuando ya el nombre de Ernesto Guevara era conocido en todo el mundo y yo me hallaba en Venezuela, R&oacute;mulo Betancourt me pregunt&oacute;, por lo menos en tres ocasiones distintas, qui&eacute;n era el Che. Algunos de los venezolanos que hab&iacute;an estado en el exilio con Betancourt en Costa Rica le hab&iacute;an dicho que Guevara hab&iacute;a estado tambi&eacute;n por esos d&iacute;as en Costa Rica, pero Betancourt no lo recordaba. Betancourt iba a visitarme a menudo &ndash; como yo a &eacute;l&ndash; y en algunas de esas visitas &eacute;l y el Che coincidieron; es m&aacute;s, en varias oportunidades Guevara se dirigi&oacute; a &eacute;l, siempre con un respeto visible y siempre con esas preguntas a la vez simples y agudas, muy directas, que eran tan caracter&iacute;sticas del joven m&eacute;dico argentino. Yo le explicaba a Betancourt qui&eacute;n era y c&oacute;mo era ese renombrado Che Guevara; se lo describ&iacute;a f&iacute;sicamente, le recordaba que en cierta ocasi&oacute;n Guevara; le hab&iacute;a preguntado esto y lo otro. &ldquo;Era aquel joven que iba con un inhalador y que fumaba tabacos, no cigarrillos ni pipa; uno que se sentaba siempre en el mismo sitio, entre el comedor y la sala&rdquo;, le dec&iacute;a. Pero no hab&iacute;a manera de que Betancourt recordara a Ernesto Guevara.&nbsp;</p>

<p>Yo notaba &ndash;y no se necesitaba ser un buen observador para darse cuenta de ello&ndash; el respeto que Guevara ten&iacute;a por Betancourt y por m&iacute;, la atenci&oacute;n con que o&iacute;a cualquiera cosa que dec&iacute;amos; y notaba tambi&eacute;n que el joven argentino trataba de buscar algo, tal vez una orientaci&oacute;n. Deb&iacute;a haber alguna cosa que era para &eacute;l m&aacute;s importante, y entend&iacute;a que lo que deseaba era dedicarse a actividades cient&iacute;ficas. Muy parcamente, me lo dej&oacute; entrever cuando le pregunt&eacute; a qu&eacute; pensaba dedicarse cuando terminara de recorrer las tierras apasionantes de Am&eacute;rica. La impresi&oacute;n que ten&iacute;a yo entonces era que el Che Guevara a sus veinticinco o veintis&eacute;is a&ntilde;os &ndash;pues no parec&iacute;a tener m&aacute;s&ndash; buscaba su destino y no sab&iacute;a d&oacute;nde estaba ese destino.</p>

<p>Francamente, no esper&eacute; verlo actuando en pol&iacute;tica, y menos a&uacute;n en Cuba, y mucho menos todav&iacute;a en acciones guerrilleras. Me pareci&oacute; que estaba temperamentalmente dotado para la investigaci&oacute;n cient&iacute;fica; era controlado, aunque sin duda nada fr&iacute;o, y llegaba r&aacute;pidamente al fondo de los problemas que le llamaban la atenci&oacute;n. Nunca supuse que podr&iacute;a convertirse alguna vez en un l&iacute;der comunista. Unos a&ntilde;os m&aacute;s tarde, en Caracas, me visit&oacute; un joven norteamericano Miradas sobre nuestra Am&eacute;rica&nbsp; que quer&iacute;a saber de mi boca si el Che era comunista cuando estaba en Costa Rica. &ldquo;No&rdquo;, le dije. &ldquo;En esos tiempos no sent&iacute;a la menor inclinaci&oacute;n al comunismo no creo que tuviera idea de qu&eacute; era eso&rdquo;. Y yo no andaba equivocado. Pocos d&iacute;as despu&eacute;s Guevara declar&oacute; en La Habana que &eacute;l &ndash;dijo propiamente, &ldquo;nosotros&rdquo;&ndash; hab&iacute;a conocido al marxismo en la Sierra Maestra. Y yo soy muy tonto o Guevara era hombre que dec&iacute;a la verdad en todas las circunstancias.&nbsp;</p>

<p>Che Guevara se hizo comunista &ndash;por lo menos, marxista&ndash; en la monta&ntilde;as cubanas y se abraz&oacute; a esa doctrina con una fe tan dura que muri&oacute; por ella. Pero quien observe cuidadosamente la trayectoria del legendario personaje que ha ca&iacute;do en las selvas bolivianas, tiene que distinguir un matiz peculiar en el comunismo del Che Guevara: era comunista porque era intensamente antiyanqui. Ahora bien, &iquest;por qu&eacute; se hab&iacute;a convertido en antiyanqui hasta la ra&iacute;z de su alma, &eacute;l, que cuando andaba por Am&eacute;rica buscaba una orientaci&oacute;n de otro tipo?&nbsp;</p>

<p>La respuesta a esa pregunta hay que buscarla en Guatemala. En alguna parte &ndash;creo que en una revista francesa&ndash; le&iacute; que le m&eacute;dico guerrillero hab&iacute;a sido consejero de Arbenz, pero eso es una simpleza insigne. Al llegar a Guatemala, Guevara no ten&iacute;a ning&uacute;n bagaje pol&iacute;tico o de otra &iacute;ndole que pudiera llevarlo a la categor&iacute;a de consejero del entonces presidente Jacobo Arbenz. Pero los informes que tengo de personas que estuvieron en Guatemala en esos d&iacute;as indican que los sucesos que tuvieron lugar en aquel pa&iacute;s a ra&iacute;z de la llegada del joven m&eacute;dico argentino &ndash;a mediados de 1954&ndash; produjeron una impresi&oacute;n profunda y perturbadora a su &aacute;nimo.</p>

<p>Yo no podr&iacute;a ahora precisar en qu&eacute; mes sali&oacute; Guevara de Costa Rica hacia Guatemala, pero debe haber sido entre marzo y mayo de 1954. Ya para esos meses se esperaba el zarpazo de Washington sobre el gobierno de Arbenz. D&iacute;a por d&iacute;a se ve&iacute;a crecer la propaganda que presentaba a Arbenz como un agente comunista. Hasta Dorothy Thompson, una columnista norteamericana que pasaba por liberal hasta l&iacute;mites de radicalismo &ndash;esposa divorciada o viuda del celebrado autor de Babitt y Calle Mayor&ndash; se lanz&oacute;, con todo peso, a acusar al gobernante guatemalteco de ser un tenebroso agente ruso. Recuerdo que entre las noticias que corr&iacute;an por Centro Am&eacute;rica hab&iacute;a una concedida para abusar de la ignorancia de la gente: que Arbenz hab&iacute;a recibido de Rusia un cargamento de bombas at&oacute;micas del tama&ntilde;o de pelotas de tenis &ndash;todav&iacute;a hoy no pueden fabricarse de ese tama&ntilde;o&ndash; que iban a ser usadas dentro de los Estados Unidos. El submarino ruso y las granadas chinas &ldquo;halladas&rdquo; por los yanquis en Santo Domingo a principios de mayo de 1965, eran mentiras menos escandalosas que las de aquellas mini-bombas &ldquo;A&rdquo; del coronel Arbenz.&nbsp;</p>

<p>Guevara lleg&oacute; a Guatemala y a poco fue derrocado el gobiernos de Arbenz. Guevara, y todo el mundo en las dos Am&eacute;ricas, sab&iacute;an que hab&iacute;a sido derrocado &ldquo;por orden superior&rdquo;. Esa intervenci&oacute;n &ndash; que no fue abierta, como la de Santo Domingo&ndash; dej&oacute; en el alma del m&eacute;dico argentino una huella que era como una herida siempre viva. Desde que Che Guevara sali&oacute; del anonimato tuve la impresi&oacute;n &ndash;y la sigo teniendo&ndash; de que su lucha estuvo dedicada m&aacute;s que nada a combatir a los Estados Unidos, y que la ra&iacute;z de esa actitud est&aacute; en los hechos de Guatemala.</p>

<p>Hay algo que los norteamericanos no han aprendido en siglo y medio de relaciones con nuestros pa&iacute;ses, y desde luego no lo aprender&aacute;n jam&aacute;s, porque si este mundo ha visto un pueblo duro para adquirir conocimientos humanos &ndash;no cient&iacute;ficos&ndash;, ese pueblo es el de los Estados Unidos. All&iacute; pululan los t&eacute;cnicos en relaciones p&uacute;blicas, pero no hay entre ellos, dos que se hayan dado cuenta de que la Am&eacute;rica Latina es, un t&eacute;rmino de sensibilidad, una unidad viva. Un tirano de Venezuela ofende, con su sola existencia, a los j&oacute;venes de Chile y El Salvador tanto como a las juventudes venezolanas; una intervenci&oacute;n norteamericana en Guatemala le duele tanto a un joven m&eacute;dico argentino como puede dolerle al guatemalteco m&aacute;s orgulloso.&nbsp;</p>

<p>Guevara sali&oacute; hacia Guatemala y a poco yo sal&iacute; para Bolivia, precisamente para esa tierra de altas pampas y de selvas nutridas donde &eacute;l iba a caer trece o catorce a&ntilde;os despu&eacute;s de haber estado visitando mi casa de exiliado en Costa Rica. No volv&iacute; a verlo m&aacute;s, pero tan pronto o&iacute; su nombre a principios de 1957, cuando ya &eacute;l estaba en la Sierra Maestra, record&eacute; a aquel joven m&eacute;dico argentino. Lo recordaba con toda nitidez. Recordaba no solo su presencia f&iacute;sica sino hasta su voz. &iquest;Por qu&eacute;? No podr&iacute;a decirlo. Tal vez me impresionado aquel tono de fijeza, y de cierta ansiedad que ve&iacute;a en sus ojos, en su tipo peculiar de mirada; una ansiedad como de quien necesita ser y no halla la manera de realizarse; la de alguien que est&aacute; seguro de que tiene un destino y no sabe como cumplirlo. La televisi&oacute;n espa&ntilde;ola transmiti&oacute; unas escenas relativas a la muerte de Guevara. Se ve&iacute;a un villorrio en la selva boliviana, un villorrio que era la estampa de la soledad, la miseria y la ignorancia; se ve&iacute;a un general cubierto de oropeles, cintajos y medallas, y se ve&iacute;a el cad&aacute;ver del Che Guevara tirado en una mesa. Ah&iacute; estaba resumido el drama de Am&eacute;rica: La miseria, la opresi&oacute;n, no preso, no herido, sino aniquilado a tiros. Yo evoqu&eacute; unas palabras de Gregorio Luper&oacute;n que dicen m&aacute;s o menos as&iacute;: &ldquo;El que pretende acabar con la revoluci&oacute;n matando a los revolucionarios es como el que piensa que puede apagar la luz del sol sac&aacute;ndose los ojos&rdquo;.&nbsp;</p>

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