Turno Libre

La Policía Nacional: en las sombras del negocio

¿Acaso nos hemos preguntado por qué los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo,

Publicado: 03/04/2021

La Policía Nacional: en las sombras del negocio

<p>&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.</p>

<p>&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.&iquest;Acaso nos hemos preguntado por qu&eacute; los exjefes policiales tienen villas en Casa de Campo, fincas, carros de lujo, empresas de seguridad privada y grandes inversiones financieras e inmobiliarias? La respuesta luce obvia, sin embargo la realidad revela las formas m&aacute;s oscuras de hacer fortuna.</p>

<p>La principal fuente de enriquecimiento de la oficialidad policial ha sido la gesti&oacute;n discrecional de las contrataciones y compras de la instituci&oacute;n a trav&eacute;s de las cl&aacute;sicas comisiones de reverso, que rondan entre el diez y el veinte por ciento, por eso el inter&eacute;s de todo oficial es ocupar un despacho con presupuesto, llegando, en algunas jefaturas, a ser &ldquo;vendido&rdquo; al mejor oferente o atribuido a subordinados de confianza que cierren el c&iacute;rculo de complicidad. Los precios de esas posiciones var&iacute;an: cinco, diez y hasta veinte millones de pesos.</p>

<p>Este es el negocio &ldquo;interno&rdquo; que ha fomentado la creaci&oacute;n de liderazgos &ldquo;oficiosos&rdquo; alrededor de los cuales penden muchos intereses subordinados, por eso la lealtad, m&aacute;s personal que institucional, es retribuida cuando el l&iacute;der llega a la direcci&oacute;n de la mano de alg&uacute;n candidato pol&iacute;tico. El &ldquo;jefe&rdquo; se instala con su &ldquo;gente&rdquo;, creando un anillo impenetrable de incondicionales, que, seg&uacute;n el apetito o el tiempo en el puesto, puede marcar la diferencia entre ese momento y el resto de la vida. Oficiales consultados aseguran que en un a&ntilde;o un director de la Polic&iacute;a Nacional puede ganar entre 500 y 1,200 millones de pesos &ldquo;limpiamente&rdquo; seg&uacute;n las circunstancias. Este modelo de concentraci&oacute;n de &ldquo;las oportunidades materiales del cargo&rdquo; es tan viejo como excluyente y de &eacute;l se beneficia un segmento muy reducido, al tiempo de crear hostilidades entre la alta oficialidad y, lo peor, las consabidas tramas para provocar el &ldquo;salto del puesto&rdquo;.</p>

<p>Las pol&iacute;ticas en los ascensos y retiros en la Polic&iacute;a han ido muy de la mano con esta din&aacute;mica de intereses. Por eso la &uacute;nica forma de relevo es la alternabilidad en la direcci&oacute;n policial porque les abre la posibilidad de ocupar posiciones a los que esperan bajo la sombra de altos oficiales con conexiones pol&iacute;ticas. De ah&iacute; que, entre m&aacute;s alternancia, m&aacute;s movilidad. As&iacute;, los jefes menos queridos son los que m&aacute;s duran, sobre todo cuando su c&iacute;rculo de adherencia es muy estrecho.</p>

<p>Ante la exclusi&oacute;n de las oportunidades internas, emerge entonces una forma m&aacute;s bondadosa de rotaci&oacute;n econ&oacute;mica: la criminalidad. Esta compite con la corrupci&oacute;n tradicional. Se trata de la participaci&oacute;n en el negocio del crimen a trav&eacute;s de las m&aacute;s variadas expresiones operativas: mediante la complicidad por extorsi&oacute;n: como el cobro de peaje en los reconocidos puntos de droga; la complicidad por omisi&oacute;n: como hacerse de la &ldquo;vista gorda&rdquo; frente a la actividad delictiva; la complicidad por facilitaci&oacute;n: como la anticipaci&oacute;n de avisos de allanamientos y redadas. Otras veces, la participaci&oacute;n en el crimen es directa, dentro de su propia estructura operativa o facilitando medios para su ejecuci&oacute;n. Por eso no es casual que en cada atraco o asesinato por encargo se cuente al menos un polic&iacute;a. Esta es la denominada &ldquo;corrupci&oacute;n policial&rdquo;, de amplia base y sobre la cual los centros de mando han visto perder control por los r&aacute;pidos contagios de los focos del crimen dentro de la Polic&iacute;a Nacional. Un exoficial policial de identidad reservada asegura que en los tres comandos m&aacute;s importantes del pa&iacute;s se han perdido desde hace m&aacute;s de veinte a&ntilde;os las l&iacute;neas de subordinaci&oacute;n por la creaci&oacute;n de n&uacute;cleos oficiosos de lealtad con centros organizados de criminalidad.</p>

<p>Estamos entonces ante dos sistemas de enriquecimiento que se porf&iacute;an dentro de la instituci&oacute;n: uno tradicional, ya legitimado, basado en la corrupci&oacute;n de los recursos p&uacute;blicos y del que se beneficia una &eacute;lite; y el otro, arrebatado a la propia actividad delictiva. Esta &uacute;ltima forma es la que atrapa el morbo medi&aacute;tico y arranca los discursos de intolerancia de la jefatura de turno. Al final, igual podredumbre. La coexistencia de estas fuentes agrieta la cohesi&oacute;n de la instituci&oacute;n, crea bloques de lealtades rivales y subvierte el m&eacute;rito de la carrera.</p>

<p>Pero existe otra dimensi&oacute;n del problema: la extorsi&oacute;n p&uacute;blica a trav&eacute;s de operativos &ldquo;preventivos&rdquo; de chequeo y redadas indiscriminadas. Un exgeneral retirado nos dice que estas operaciones movilizan grandes sumas de dinero cuyo reparto se realiza seg&uacute;n los criterios m&aacute;s diversos. As&iacute;, en un comando importante pueden recolectarse hasta 30 millones de pesos semanales. Esto, sin considerar los recaudos en bares, clubes nocturnos, discotecas, centros cerveceros, moteles y colmadones para garantizar &ldquo;su seguridad&rdquo;; estas exacciones constituyen prestaciones fijas.</p>

<p>Frente a ese cuadro dist&oacute;pico sobrevive el polic&iacute;a ordinario, excluido de los centros de negocios, ese que gana menos que un mensajero de un banco y que se acomoda a su jornal sin quejas ni resabios. Su servicio no tiene hora, reparos ni circunstancias. A ese polic&iacute;a (chofer, mensajero, jardinero, conserje, recepcionista, sirviente, proxeneta y confidente), analfabeto por definici&oacute;n, se le demanda un comportamiento escandinavo cuando a duras penas ha podido rebasar las mara&ntilde;as de los suburbios para aceptar, m&aacute;s por subsistencia que por vocaci&oacute;n, un oficio socialmente despreciado. Ese mismo polic&iacute;a, parido y criado en los nichos de la delincuencia, es el que, por deber, la tiene que combatir sin excesos y seg&uacute;n los est&aacute;ndares del primer mundo.</p>

<p>Los esquemas de generaci&oacute;n y concentraci&oacute;n de riqueza son y ser&aacute;n defendidos a capa y espada por los jefes policiales. Por eso, mientras en otros pa&iacute;ses la mayor&iacute;a de los cuerpos policiales est&aacute;n sindicalizados y sus miembros hacen frecuentemente paros y huelgas, en el nuestro, cualquier expresi&oacute;n de intolerancia a esas condiciones de vida y trabajo se asume como una insubordinaci&oacute;n.</p>

<p>No debemos esperar milagros; hay que contar con esa polic&iacute;a: la que hoy nos averg&uuml;enza o atemoriza, la que precariamente nos protege, y la que ha convertido su trabajo en una callada proeza de vida. Mientras tanto, ayudemos a esa polic&iacute;a a expresarse y a exigir lo que la insensibilidad pol&iacute;tica y la oficialidad privilegiada le han negado.</p>

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