El grupismo: el cáncer que corroe los partidos.
Publicado: 22/07/2025
En la política dominicana, hay una enfermedad silenciosa que ha impedido el fortalecimiento democrático de los partidos, el crecimiento de liderazgos genuinos y la articulación de propuestas al servicio del pueblo. Esa enfermedad se llama grupismo, y su avance ha convertido los partidos en parcelas dominadas por camarillas, más interesadas en su propio ascenso que en el bien común.
Hablar de grupismo no es un asunto menor. Es una advertencia urgente a quienes creen en la política como vía de transformación social. Es una denuncia necesaria a quienes ven cómo, elección tras elección, los partidos se desangran por dentro, no por las ideas, sino por la codicia de poder de grupitos que se apropian de las estructuras y las utilizan como escaleras personales.
Cuando el grupo pesa más que el partido
En teoría, los partidos son espacios colectivos donde convergen visiones, estrategias y liderazgos para servir a una nación. En la práctica dominicana, sin embargo, muchas veces son campos de batalla entre grupos internos que se organizan no para construir, sino para controlar: controlar el padrón, las candidaturas, los fondos, las direcciones provinciales, y finalmente, el poder mismo.
No se trata de la existencia natural de corrientes o matices, que son parte de la vida democrática, sino de grupos cerrados que subordinan todo al interés de sus miembros, sin importar los daños colaterales. Se pacta a espaldas de las bases, se excluye a los que no pertenecen al círculo, y se manipulan los procesos internos para garantizar cuotas y posiciones. Así, lo que debiera ser un espacio de crecimiento político se transforma en un feudo con jefes y lacayos.
El grupismo divide, desmoraliza y destruye
Quien haya militado en un partido sabe lo que significa trabajar con pasión y entrega, solo para ver cómo en el momento decisivo se impone el criterio de un grupito “de arriba”. Muchos jóvenes talentosos se van frustrados. Muchos dirigentes locales se sienten despojados. Muchos cuadros intermedios terminan desmovilizados. ¿Cómo construir democracia interna cuando las decisiones se cocinan entre cinco personas y se sirven como si vinieran del consenso general?
El resultado es letal: división interna, pérdida de credibilidad, migración de líderes, y una desconexión cada vez más profunda entre la dirigencia y la base. Cuando un partido se fragmenta en subgrupos enfrentados, cada uno cuidando su metro cuadrado, desaparece el proyecto colectivo. Se entroniza la desconfianza y se debilita la capacidad de competir externamente. La historia dominicana reciente está llena de partidos que fueron grandes, pero terminaron reducidos a nada por culpa de los grupos internos.
El grupismo es antidemocrático por naturaleza
Un partido que funciona en base al grupismo no puede hablar de democracia ni de justicia social. ¿Con qué autoridad va a exigir transparencia electoral si internamente todo se reparte por acuerdos de aposento? ¿Con qué rostro va a defender la meritocracia si promueve la mediocridad por afinidad? ¿Cómo va a plantear un nuevo modelo de país si reproduce los mismos vicios que dice combatir?
El grupismo también es cobarde. Se oculta detrás de una falsa unidad, pero en el fondo cultiva la exclusión. Rechaza la crítica, se molesta con el disenso, y aplasta toda voz que se atreva a señalar el daño que causa. Prefiere un partido pequeño pero controlado, que uno grande y diverso donde se debata y se crezca. Así, no solo sabotea la renovación, sino que hace imposible el surgimiento de líderes auténticos y comprometidos con la gente.
¿Y qué hacer frente a esto?
La solución no es fácil, pero comienza por reconocer el problema y romper el silencio cómplice. Los militantes deben exigir participación real, procesos internos transparentes y respeto a los espacios locales. La política no puede seguir siendo una lucha entre grupitos que se reparten lo poco que queda, mientras el pueblo espera respuestas.
Los partidos deben reformarse desde dentro. Las bases tienen que recuperar su protagonismo. Y los dirigentes, si verdaderamente tienen vocación de servicio, deben abandonar la lógica de clan y apostar por una estructura donde el mérito, la formación y la ética sean más importantes que la lealtad ciega.
Un llamado a conciencia
Este artículo no es contra un partido en particular. Es contra una práctica que ha contaminado a todos, y que amenaza con aniquilar cualquier posibilidad de construir una política digna. Si de verdad queremos cambiar este país, tenemos que desmontar el grupismo como método y mentalidad. La historia no recuerda a quienes formaron grupos para perpetuarse, sino a quienes rompieron círculos para abrir caminos.
La política no puede seguir secuestrada por pequeños grupos que no representan a nadie más que a sí mismos. Es hora de liberar los partidos de las garras del grupismo y devolverles su razón de ser: ser instrumentos del pueblo para alcanzar justicia, igualdad y desarrollo.