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En 1913, el sociólogo y médico ítalo-argentino José Ingenieros publicó

El Hombre Mediocre, un tratado que se convertiría en un clásico para entender la psicología y la moral humanas.

Publicado: 05/11/2025

En 1913, el sociólogo y médico ítalo-argentino José Ingenieros publicó

Su tesis central, que opone la figura del idealista a la del mediocre, resuena con inquietante vigencia en nuestro complejo contexto actual.

Ingenieros describía tres arquetipos humanos: el hombre inferior , que vive al margen de la ley y la moral —como podría aplicarse a muchos políticos que ocupan puestos en los distintos niveles del entramado gubernamental—; el hombre mediocre , sumiso, rutinario y carente de ideales propios, un producto creado por las políticas públicas que impulsan los políticos inferiores; y el hombre idealista , espécimen acorralado por la mediocridad y la indiferencia inducida por un poder controlado por quienes viven al margen de la ley y la moral. A pesar de ello, el idealista sigue siendo capaz de concebir perfecciones futuras y luchar por ellas.

El idealista, para Ingenieros, es aquel que usa su imaginación para concebir ideales y se rebela contra la mediocridad. Es el motor de la evolución social, un soñador con personalidad única, generoso, humilde y culto, que no se somete a dogmas.

Los nuevos mediocres

Hoy, el «hombre mediocre» no es solo quien se acomoda en la rutina, sino quien delega su pensamiento en algoritmos y se conforma con verdades prefabricadas. Su sumisión no es solo a la rutina laboral, sino al flujo de noticias, a los temas tendencia y a la dictadura del me gusta. La domesticidad ya no es solo social, sino digital: somos un rebaño conectado que confunde la información con el conocimiento y el acceso a la red con la libertad de pensamiento.

La envidia, esa pasión que Ingenieros identificaba como el motor del mediocre, ahora se disfraza de crítica anónima en redes sociales. El anonimato digital ha potenciado esta capacidad para opacar lo noble sin asumir responsabilidad.

La mediocracia del siglo XXI

Cuando la mediocridad se generaliza, advirtió Ingenieros, se instaura la mediocracia: un clima social donde la excelencia es sospechosa, la originalidad un defecto y el pensamiento crítico una amenaza. Nuestras esferas públicas, intoxicadas de contenido superficial y debates estériles, son el caldo de cultivo perfecto para esta nueva mediocracia. La sobreinformación nos ha llevado a la subreflexión.

Esta dinámica se manifiesta en ejemplos concretos: el periodismo que privilegia el click sobre el rigor, la educación que premia la memorización en lugar del pensamiento crítico, o las empresas que valoran más la adaptación acrítica que la innovación genuina. La sociedad espectadora, que consume pasivamente este ecosistema, termina normalizando la mediocridad como estándar aceptable, sin percatarse de su propia complicidad en este proceso.

Los idealistas contemporáneos

Frente a este panorama, los idealistas del siglo XXI son aquellos que se atreven a desconectarse para conectar con ideas profundas, que prefieren la curiosidad al conformismo y la colaboración a la competencia vacía. Son los científicos que investigan con rigor frente a la tiranía de los resultados inmediatos, los artistas que crean obras significativas en un mercado dominado por el contenido desechable, los educadores que forman pensadores en sistemas obsoletos, y los ciudadanos que ejercen un consumo crítico y participan en causas colectivas con conciencia ética.

Estos idealistas modernos usan la tecnología como herramienta y no como fin, concibiendo ideales de un futuro más justo, sostenible y humano. Reconocen que en la era digital, la verdadera rebeldía implica dominar los instrumentos tecnológicos sin permitir que estos dominen su humanidad esencial.

Un llamado a la rebelión

La obra de Ingenieros no era un diagnóstico pesimista, sino una llamada a la acción. En nuestra era, la verdadera rebeldía ya no consiste solo en alzar la voz, sino en bajar el volumen, guardar el dispositivo (teléfono, computadora o el que sea) para escucharnos a nosotros mismos. La rutina, nos recuerda, «es el hábito de renunciar a pensar». Esto no es casual; es la forma más efectiva y complaciente de controlar y dominar que emplea un poder que ya no necesita de tiranos visibles, sino que se sustenta en la complicidad de una mediocridad sistémica y ampliamente aceptada.

En un mundo que incentiva la mediocridad, cultivar la excelencia personal, el pensamiento crítico, la honestidad y la integridad ética es el acto más revolucionario. Nuestra tarea es, como diría Ingenieros, poner «la proa visionaria hacia una estrella» y tender «el ala hacia tal excelsitud inasible, afanoso de perfección y rebelde a la mediocridad».

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